Alberto Ramírez Rivera
Es difícil entender y definir el fanatismo, aunque no cabe duda que esta actitud, en millones de personas, ha dañado a las sociedades en todos los países.
Un ejemplo es lo que circuló recientemente por redes sociales, que suena a chiste, pero es ejemplo real de fanatismo a la mexicana:
Dos hombres platican:
1: ¿Sabes que los elefantes vuelan?
2: Eso es una idiotez ¿de dónde sacas eso?
1: Lo dijo AMLO.
2: Bueno, sí, muy bajito, pero sí vuelan, es verdad.
“El fanatismo es más viejo que cualquier ideología o credo del mundo. Desafortunadamente, representa un componente tan presente en la naturaleza humana, un gen del mal, por llamarlo de alguna manera”, así lo dice Amos Oz en su obra Contra el fanatismo.
Para Voltaire, el dogma del fanatismo es: “Cree lo que yo creo y lo que no puedes creer, o perecerás; cree o te aborrezco; cree o te haré todo el daño que pueda”.
Es así que el fanático considera que lo que cree no es un derecho suyo, sino una obligación para él y la sociedad.
Está convencido de que su deber es obligar a los otros a creer en lo que él cree. Y como la mayoría de la sociedad, por su ignorancia, es susceptible del lavado de cerebro, pues lo asume como cierto.
Los fanáticos vociferan o lanzan maldiciones; además, aplican el terrorismo para imponer sus dogmas, ya sea desde el gobierno o la clandestinidad.
Esta forma de ser no es conveniente en ninguna actividad o creencia, pues exagera la realidad y la deforma. Y perder la realidad siempre es inconveniente, peligroso.
¿Qué podemos esperar de quienes “fabrican” las bases de su fanatismo? Por supuesto, nada bueno.
Lou Carrigan, en su libro Los Fanáticos, da voz a un espía: “Los actos de los fanáticos son horrendos; los verdaderos espías nunca los cometeríamos, porque una cosa es espiar (y si me apuráis, incluso matar) y otra cosa es ser absolutamente malvado”.
En su obra Contra el Fanatismo Religioso, Voltaire considera que las personas que creen que sueños, éxtasis y visiones representan realidades o profecías, son fanáticos en potencia que pronto podrán llegar a matar “por amor de Dios” o por amor de un gobernante.
Un fanático asume que lo que cree no debe ser cuestionado, y no razona ni admite discutir sobre lo que considera dogmas no debatibles.
Trata de imponer sus creencias sobre las demás, no cree en la diversidad de pensamiento e integra grupos que lo apoyan en sus ideas.
Es así que el fanatismo es un fenómeno mental complejo del que nadie está exento, porque en todas las personas existe la resistencia al cambio en diferentes grados.
Para evitar asumirse como fanático es necesario tener una capacidad de observación de lo que llamamos real, con base en el estudio de las diversas ramas del saber, sobre todo la ciencia.
Este es el antídoto a esa actitud ciega en todos los sentidos, aunque también es cierto que la forma de pensar y actuar de la sociedad es muy compleja.
La mente nos utiliza y nos identificamos con ella; ni siquiera somos conscientes de que somos sus esclavos.
El mundo gira y conformémonos en que cada persona se asume de acuerdo a su capacidad de razonar el mundo.
En fin, lo complejo se antepone y es preciso decir que en esta vida “cada loco con su tema”.
-0-0-
Comentarios